lunes, 8 de octubre de 2018

Mirai, mi hermana pequeña

La más reciente película de Mamoru Hosoda, tras su paso por la Quinzaine des Réalisateurs del Festival de Cannes y el Festival de San Sebastián, tuvo también un lugar reservado en el Festival de Sitges, donde dejó al público encantado con su delicada y poética mirada a lo que significa ser una familia desde los ojos de un pequeño niño.


El niño en cuestión es el jovencito de 4 años Kun, quien ve perdido su trono de rey de la casa cuando al hogar llegan sus padres con su hermana recién nacida Mirai, lo que derivará en lógicas situaciones de falta de atención por parte de sus padres que no harán sino acentuar los celos del pequeño hacia su nueva hermanita. Será entonces cuando dará inicio una aventura más allá de lo imaginable que permitirá a Kun encontrarse con las versiones pasadas o futuras de sus familiares más cercanos, incluida su hermana Mirai.
Como si de una peculiar versión de "Cuento de Navidad" de Charles Dickens se tratara, el patio doméstico de Kun se convierte en un portal en el que recibirá la visita de sus familiares en sus versiones del pasado o del futuro, viéndose arrastrado a diferentes situaciones cuya vivencia se convertirá en lecciones de vida para el destronado primogénito. A través de los ojos de Kun se aprende que es al fin y al cabo el núcleo familiar el que moldea y dota de una nueva individualidad a cada uno de sus miembros, definidos en su seno por el sentido de pertenencia a un grupo donde los detalles y necesidades más o menos egoístas de cada uno devienen insignificantes y cuyas raíces conforman aquella universal idea de "de tal palo, tal astilla". De igual modo que el niño aprende que él gana cuando su familia gana y que generalmente no pasará por nada por donde ya hayan pasado los demás, también se pone de manifiesto que las trastadas de nuestros hijos no son más que reflejos de situaciones muy parecidas que los padres experimentamos como niños.
Todo ello lo cuenta Hosoda a través de una bella historia muy intimista y amable, no exenta de momentos de cálido humor, cuyo desarrollo sencillo contrasta con la mayor complejidad de la película precedente, "El Niño y la Bestia", y de otros de sus anteriores trabajos. El que es uno de los realizadores de referencia de Japón ha creado para esta ocasión una refinada postal que llega al corazón y a la que no le falta la excelencia en la animación y en la definición de personajes - con los que nos podemos sentir muy identificados ya seamos padres o desde la perspectiva de los niños que hemos sido o somos - que ya damos por descontada en las películas de Hosoda, ni el sentido de la magia que transpira en sus historias.
De nuevo maravilla el nivel de la animación en las películas procedentes del estudio Chizu, donde todos los elementos, tanto los personajes como su entorno, se cuidan para dar credibilidad y dotar de vida a las escenas. En este sentido destaca la animación del joven Kun, tan impreciso en sus pasos, tan frustrado ante la aparente falta de atención de sus padres, tan temeroso ante los nuevos retos y tan cargante como puede ser un niño caprichoso, y también tan lleno de ilusión y de sentimientos. Y los que somos padres nos podemos sino sentirnos identificados con las caras de los progenitores de Kun, tanto de fastidio cuando ningún esfuerzo basta para satisfacer a un hijo como cuando se muestran extremadamente orgullosos de sus logros.


Lo mejor: el modo en que Mamoru Hosoda consigue que nos sintamos perfectamente identificados con esos instantes familiares que refleja en la película
En contra: el carácter sencillo de la trama, que puede dejar descolocado a quien se espere algo más complejo de Mamoru Hosoda.

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