miércoles, 10 de octubre de 2018

Penguin Highway

"Penguin Highway" constituye el primer largometraje de Studio Colorido, una joven compañía de animación fundada en 2011 por el realizador de la película, Hiroyasu Ishida, y el ex-Ghibli Yōjirō Arai, que ya sorprendió con sus primeros trabajos y videoclips, con los que demostraron que poco tienen que envidiar a grandes estudios como Studio Ghibli o Studio Chizu. Los colores y el derroche de imaginación que han caracterizado a los trabajos previos del estudio vuelven a estar presentes en esta adaptación de la novela homónima de Tomihiko Morimi (Tatami Galaxy) que se pudo ver en primicia en el Festival de Sitges.


La película está protagonizada por el joven y avispado Aoyama, un estudiante en los últimos años de primaria que toma constantemente notas en su libreta y que siente cierta debilidad por "Onee-san", una chica mayor que él que trabaja en la clínica dental. La súbita aparición de una colonia de pingüinos en su pueblo provoca la inmediata curiosidad del chaval, dispuesto a desentrañar un misterio que aumenta cuando su amada lanza una lata de cola y ésta se convierte en un pingüino.
El tono alegre y simpático de esta alocada historia es uno de los elementos más atractivos de la película, cuyo guión corre a cargo de Makoto Ueda, que también firmó la adaptación al anime de The Tatami Galaxy y el guión de la película de Masaaki Yuasa "Night is Short, Walk On Girl", confirmándose como un perfecto conocedor del espíritu de las novelas de Tomihiko Morimi. Mediante una narrativa fresca y vibrante el espectador se ve arrastrado a interesarse junto a los jóvenes escolares de la película en la solución de un misterio que cada vez se ensancha más, en una misión al frente de la cual el personaje de Aoyama brilla con luz propia como paradigma del paso a la edad adulta con todo lo que ello conlleva: preguntas y aprendizajes constantes, descubrimiento del cuerpo, ambiciosos planes de futuro... Este es en realidad el tema de "Penguin Highway", donde el camino de los pingüinos es la metáfora de ese recorrido de crecimiento personal que todos debemos emprender cuando pasamos de niños a mayores, tan plagado de dudas y de ansias de experimentar que constituye una aventura donde caben tanto las alegrías y la diversión como el descubrimiento del sabor amargo del café y de las despedidas.
La construcción de los personajes, deliciosamente diseñados por Yōjirō Arai, sirve precisamente a enfocar la distinta mirada con la que los jóvenes se pueden enfrentar al reto de crecer y de descubrir cosas nuevas: desde la ignorante despreocupación de Suzuki, pasando por los temores de Uchida, o el excesivo celo de Hanamoto, hasta la actitud abierta e inquisitiva y el sentido de la maravilla de Aoyama, dispuesto a encontrar la verdad de todo y sabiendo que para ello necesitará a menudo la ayuda de los mayores.
Aunque la animación transcurre sobre fondos estáticos, revelando en este sentido cierta limitación de recursos, el diseño y los colores vívidos de aquéllos junto a la frenética y efectiva animación de los personajes - especialmente memorable en las secuencias en que intervienen los pingüinos y sobre todo en el viaje a otra dimensión - resultan en un conjunto dinámico que traslada al largometraje esa frescura que ya se respiraba en los trabajos previos de Studio Colorido.


Lo mejor: la relación entre Aoyama y Onee-san como metáfora que encarna admirablemente la pasión por el conocimiento
En contra: cierto tono filosófico que puede resultar inabarcable para algunos espectadores, especialmente los más jóvenes

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