Tras tanta secuela, Pixar nos sirve nuevamente un título original encabezando una película impecablemente ejecutada que constituye una indubable carta de amor a México, y que aun sin ser la mejor película del estudio de los últimos años, entra de lleno en la categoría de las películas que hay que ver este año inexcusablemente. La última película original de Pixar aborda la cultura mexicana, y concretamente el Día de Muertos, con una historia en pro del respeto y la reconciliación intergeneracional narrativamente compleja, bien estructurada y visualmente rica, que ya está conquistando a medio mundo: la película es ya el largometraje animado más visto en la historia de México y ha hecho historia en China, donde cuadriplicó sus ganancias en dos días.
"Coco" es el nombre de la bisabuela de Miguel Rivera, un chico de 12 años aspirante a músico que lucha contra el sino de convertirse en un zapatero más de la familia y contra la prohibición de música que se ha mantenido en su seno durante generaciones, debido al abandono que sufrió su tatarabuela Imelda de parte de su tatarabuelo, empeñado en seguir el camino de la canción. A escondidas de sus familiares rinde culto al recuerdo de Ernesto de la Cruz, el músico más famoso en la historia de México. Cuando Miguel descubre que el célebre cantante podría ser su tatarabuelo, un percance mágico le lleva a la Tierra de los Muertos, donde entre los esqueletos de los fallecidos y con la ayuda de un pillo llamado Héctor buscará la bendición de su ídolo para que le ayude a volver a la Tierra de los Vivos antes de que sea demasiado tarde.
Seducido por una de las manifestaciones más típicamente representativas de la cultura mexicana, Pixar se propone encontrarle el sentido desde un punto de vista propio al Día de Muertos y acierta al trazar alrededor de esta fiesta una historia donde se ponen en juego las relaciones familiares a lo largo de las sucesivas generaciones y donde la celebración mexicana se revela como una liturgia necesaria para recordar y rehabilitar a nuestros ancestros, asegurándoles la eternidad; y al mismo tiempo se permite enfrentar a su público - al adulto y también al más joven - a una visión de la muerte, amable y macabra a la vez, y le lanza sin aviso a una incuestionable verdad: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros descendientes nos recordarán, o dejarán de hacerlo, por lo que hagamos en vida.
En su homenaje a la cultura mexicana, no le faltan a la película, por otra parte, infinidad de referencias y guiños como el papel picado que adorna las calles y que sirve para introducir la historia de la familia Rivera, los coloridos alebrijes, la aparición de Frida Kahlo - encargada de preparar la gala final del Día de Muertos con una performance muy personal - o los cameos de otros personajes populares como Cantinflas, El Santo o Jorge Negrete. Y por supuesto no es casual la elección de la raza a la que pertenece Dante, el cómico perro que acompaña a Miguel al otro mundo: se trata de un xoloitzcuintle, un perro endémico de México cuyo nombre le relaciona con el dios Xólotl, una deidad relacionada con la muerte, y que era considerado como un guía hacia el mundo de los muertos.
Lee Unkrick y Adrián Molina son quienes esta vez conducen la película por las vías de una sólida ejecución que ponen de relieve una vez más los atributos que nadie le niega al saber hacer de Pixar: exhaustividad en la documentación, dominio del lenguaje visual (cada plano habla por sí solo, casi sin necesidad de que se articule palabra alguna), personajes creíbles, la capacidad de discurrir por una narrativa compleja donde no faltan giros y capacidad de sorpresa (aunque en esta película ciertos desenlaces se ven venir), excelente animación y desde luego la habilidad para dejarnos boquiabiertos con un potente despliegue visual, que alcanza su máximo esplendor en la recreación del mundo de los muertos como una metrópolis colorida y abigarrada de casas y barrios que crecen como árboles y hunden sus raíces en la historia del pueblo mexicano y están unidos por tranvías colgantes.
Ahora bien, no se podrá negar que esa concepción del mundo de los muertos se asemeja en el fondo, tanto arquitectónicamente como en colorido, a la de esa otra película reciente inspirada en el Día de Muertos que fue "El Libro de la Vida" de Jorge R. Gutierrez, que sin duda ha resultado ser mucho más original y audaz en cuanto a diseño - no en vano ganó multitud de reconocimientos hacia el arte de Sandra Equihua - que la presente película de Pixar, cuyos personajes cuesta distinguir de los de "Vaiana" de Disney. Y es que en este aspecto, como en algunos otros, "Coco" evidencia cierta tendencia a descansar - también narrativa y emocionalmente - en la comodidad de lugares ya explorados, como ciertos elementos de "Up", "Del Revés" o incluso el corto "Sanjay's Super Team", y más allá los esqueletos de "La Novia Cadáver" de Tim Burton, antes que lanzarse a arriesgar.
En este sentido, todo aparece como obsesivamente correcto y calculadamente medido en esta última película de Pixar que, sin desmerecer su innegable calidad, deja tras su visionado un cierto regusto a desengaño, teniendo en cuenta la inicial trayectoria del estudio y los presupuestos que Pixar maneja en sus películas. Y es que hasta hace un tiempo, probablemente antes de que se notaran los efectos de ser engullidos por la industria de Disney, cada película de los estudios Pixar - incluidos sus cortometrajes - se esperaban con la seguridad de que nos iban a presentar historias con una visión y un sentido de la innovación a los que pocos otros estudios habían logrado aproximarse. En la formulación de tales historias el único tótem a venerar era la creatividad, al servicio de la cual el estudio iba a poner todos los avances tecnológicos con los que era capaz de sorprendernos y, al mismo tiempo, de hacer avanzar el cine de animación. Sin embargo, en el momento en que fueron adquiridos por Disney, sobre Pixar cayó una pesada losa con una inscripción que rezaba "Poderoso caballero es Don Dinero", y a partir de ahí empezamos a ver secuelas de sus títulos más significativos que, a diferencia de aquellas brillantes realizaciones que expandieron el universo y la continuidad de "Toy Story", no estaban únicamente guiadas por la originalidad, sino que ahora perseguían significativamente la explotación comercial y eludían el riesgo. A salvo de esperanzadores destellos aislados como la excelente "Del Revés" - una de las mejores películas del estudio de la presente década - o la arriesgada e injustamente tratada "El Viaje de Arlo", el talento de Pixar se ha visto desde entonces hipotecado por la persecución del aprovechamiento extenuante de sus franquicias y la confortable seguridad de lo que ya funciona frente al vértigo que da el salto al vacío. Algo de ello habría en el burdo y fallido intento de la corporación Disney-Pixar de apropiarse de la fiesta del Día de Muertos mexicana como marca comercial que marcó los primeros días de la producción de "Coco", y que llevó posteriormente al estudio a intentar reconciliarse con la comunidad mexicana incorporando a la realización de la película diversas sensibilidades procedentes del país, pero sin que se haya podido evitar que los estudios del flexo hayan perdido algo en su camino, algo que ha quedado oculto bajo la sombra del elaborado cálculo y que posiblemente - ocupados como están en tanta secuela que va a seguir tras "Coco" - van a tardar tiempo (siempre demasiado tratándose de Pixar) en recuperar: el riesgo que va aparejado con la creatividad. Preocupados por gustar a quienes pagan las entradas y por estar en paz con la comunidad mexicana, muy atenta por derecho propio al respeto de sus tradiciones, en Pixar han preferido la seguridad a arriesgar. Quizás por ello vale la pena repetir una de las moralejas que la presente película deja clara: nuestros descendientes nos recordarán por lo que hagamos en vida.
Por cierto, contrariamente a lo que venía siendo habitual en las proyecciones de largometrajes de Pixar, no ha habido esta vez un cortometraje de la casa antecediendo al largo. Precisamente ha sido siempre en los cortometrajes donde se ha atrevido más a experimentar, innovar y sorprender Pixar... pero en su lugar, los asistentes a las salas de cine deberán aguantar un corto de Disney basado en la franquicia de "Frozen". Parece también sintomático.
Lo mejor: una vez más los animadores de Pixar demuestran lo bien que saben hacerlo y nos brindan secuencias fantásticas, entre las cuales los dedos de Miguel tocan realmente la guitarra en lugar de rasparla, o se permiten dar un aire cómico a todos y cada uno de los movimientos de un perro, mientras demuestran todo lo que es posible hacer con los huesos de un esqueleto.
En contra: a Pixar se le está empezando a agotar el modelo, y quizás debería atreverse - arriesgarse en suma - con otros registros, como la comedia
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