He de reconocer que cuando Sony anunció que iba a hacer una película protagonizada por los emoticonos no me pareció a priori una mala idea. Aunque todo indicara que se iba a parecer a "Rompe Ralph" de Disney, por el planteamiento de que los emoticonos protagonistas iban a visitar varias de las aplicaciones más populares de los smartphones del mismo modo que el grandullón de la película de Disney pisaba los escenarios de algunos célebres videojuegos, podía resultar hasta cierto punto atractiva una película que nos diera a conocer el mundo interno de los smartphones siempre que se diera con un buen guión y unos divertidos gags. Pero lamentablemente el visionado del largometraje durante el merecido descanso estival no pudo procurar ni lo uno ni lo otro, sino más bien el convencimiento de que esta película de Sony pasará rápidamente al olvido a causa de su carácter absolutamente aburrido y plano tanto en lo que respecta a su historia como a su aspecto visual.
No ha obstado ello a que Sony haya recuperado ya casi tres veces el presupuesto de la película, algo a lo que quizás haya ayudado la ausencia de otras propuestas de animación durante la primera parte del mes de agosto y la obvia curiosidad por una película que gira en torno a uno de los lenguajes más utilizados del siglo XXI, como es el de los emoticonos, omnipresentes en todo intercambio de mensajes que se precie.
Dirigida por Tony Leondis, la película parte de que tras la aplicación de mensajes de texto del smartphone se oculta Textópolis, una ciudad bulliciosa en la que conviven todos los emoticonos a la espera de ser seleccionados por el usuario del teléfono, que resulta ser un chico llamado Alex con serios problemas a la hora de expresarse con la chica que le gusta. Textópolis es un mundo en el que cada emoji está predestinado a tener una única expresión facial de modo que el Sonrisas estará siempre riéndose incluso si se parte una pierna o el Llorón seguirá derramando lágrimas a chorro aunque gane la lotería; salvo en el caso de Gene, un emoji de tipo "Bah!" que nació sin filtro alguno y es capaz de ofrecer distintas expresiones. El caso es que cuando llega el día de hacer su debut profesional Gene es presa de los nervios cuando Alex le requiere para enviárselo al móvil de su amiga y aparece con una expresión totalmente descompuesta, lo que provocará que Alex se dirija al servicio técnico para solicitar un reseteado del móvil que pondría en peligro el mundo de Textópolis y el de todas las apps del aparato. Dispuesto a ser “normal” como todos los demás, Gene pide ayuda a su mejor amigo “Choca esos 5” y a la descifradora de códigos “Rebelde”. Juntos, se embarcarán en una épica “app-ventura” que les llevará por todas las apps del teléfono para llegar a la nube y dar con el código que reparará a Gene antes de que lo atrapen los esbirros de la tiránica Sonrisas.
Resulta cuanto menos chocante que girando alrededor de un lenguaje que es capaz de expresar todo tipo de emociones con imágenes la película opte contrariamente por articular un mensaje sobre la dificultad de expresarse y la necesidad de ser uno mismo. En todo caso, si los smarthpones han puesto precisamente algo en claro es la desconexión social que han supuesto en el trato del día a día a pie de calle y en las relaciones familiares, por lo que si la conclusión que propone la película es que la solución a los problemas relacionales ha de encontrarse precisamente en los móviles y en sus apps, algo acaba oliendo a chamusquina.
Sea como sea, aparte de la poca consistencia de su mensaje, la película falla estrepitosamente a la hora de ofrecer una aventura medianamente emocionante y con una mínima complejidad, abocando al espectador a soportar una aburrida secuencia de paseos por las apps en la que falta el sentido de la aventura, la capacidad de sorprender y el buen humor más allá de los chistes facilones. Más original resulta de hecho la historia secundaria entre los padres de Gene, verdaderas víctimas de sus limitaciones.
A nivel visual la película resulta también un tanto decepcionante, puesto que si bien logra reproducir con bastante fidelidad el aspecto de los emoticonos que todos conocemos y sus caracteres, a la hora de trasladarnos a los escenarios de las diferentes apps cae sobre todo en el simplismo y el feísmo, lejos de ofrecer escenas realmente cautivadoras e imaginativas. Una lástima que cuando ha tenido la oportunidad de ser el diseñador de producción nuestro Carlos Zaragoza haya sido con esta limitada película.
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